Julián Oderiz: “Cantar en Buenos Aires, en un teatro de la Calle Corrientes, es tocar el cielo con las manos” | Panorama Directo

2022-09-17 05:22:50 By : Mr. Chris xu

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“Tanto lo deseas que al fin sucede”. (Gustavo Adrián Cerati)

Para cualquier músico, mucho más si se trata de un cantante de folclore, presentarse en el escenario mayor en Cosquín, es como “llegar a la cima”. Erguido e inexpugnable, el Atahualpa Yupanqui se alza frente a todos en la gran plaza Próspero Molina como parte de la historia de la música nacional. Los ancianos del Valle de Punilla aseguran que si uno se concentra, si le presta atención al sonido que hacen los vientos calurosos de enero, se pueden escuchar los acordes y las letras de la Gran Mercedes Sosa, de Jaime Dávalos, de Los Chalchaleros, de Horacio Guaraní, o del mismísimo Héctor Roberto Chavero.

Esto es lo que sintió Julián Esteban Oderiz (34) cuando en el año 2011, llegó a la final del concurso conocido como “Las Peñas callejeras”, competición en la que participan más de mil artistas y que le otorga al ganador un pasaje directo al escenario mayor en alguna de las Nueve Lunas. Y la madrugada previa a la final, Julián se coló en la plaza, miró el escenario, levantó la vista al cielo, y le pidió al universo: “Deseo, algún día, tener la oportunidad de cantar solo en este lugar”.

Bajo un cielo lleno de estrellas, al chico que nació el 25 de septiembre de 1987 en la ciudad pampeana de General Pico, se le llenaron los ojos de lágrimas. A su mente vino la imagen de María del Rosario, su mamá, la primera mujer que lo escuchó cantar y que hacía seis años, formaba parte de ese cielo luminoso. El 15 de septiembre del 2005, a los 54 años de edad, murió en un accidente de tránsito y para Julián la vida nunca más volvió a ser igual. Pero apoyado en el cariño de su papá Francisco y el de sus tres hermanos mayores: Luis (49), Martín (44), y Diego (35); siguió adelante con la esperanza de ganarse la vida como músico.

Y para empezar a tallar ese sueño, la noche siguiente, había que ganar esa final en la que quedaban 16 participantes. Pero los nervios de saber que el sueño estaba tan cerca, le jugaron una mala pasada. Oderiz pasó una mala noche, no tuvo una buena performance y quedó segundo. Contando las monedas e intentando resguardarse de la lluvia, se fue hasta un bar para “cantar por el sándwich y la Coca Cola”. Y ahí, como un cuento mágico de Disney, se produjo el milagro. Entre el público se encontraba Fredy Martino, uno de los organizadores del festival. Hacía varias horas que la ciudad estaba siendo azotada por una lluvia torrencial y eso provocó que se tuvieran que reprogramar la grilla de los artistas principales. Fredy escuchó el show de Julián y cuando terminó se acercó y le dijo: “Preparate: el próximo domingo vas a estar en el escenario mayor de Cosquín”.

Una semana después, el chico que adoptó a la provincia de Córdoba como su segundo hogar, se subió a las tablas junto a sus músicos, cantó seis temas y recibió el aplauso de todos. Pero la noche le tenía preparada una nueva sorpresa. Cuando se estaba yendo, Fredy le pidió que “hiciera otra canción” porque el grupo que tenía que actuar después, había sufrido un problema en su auto y estaba retrasado. “¡Pero los músicos ya bajaron y estoy solo con mi guitarra!”, dijo Julián sorprendido, y recibió la respuesta del organizador: “Así fue como me convenciste para que hoy estés tocando”.

Oderiz volvió al escenario mayor, entonó la canción El amor desolado, y al finalizar recibió la mayor ovación de su vida. “En la mitad de la canción entendí que se estaba cumpliendo ese pedido que había hecho una semana atrás. Volví a mirar al cielo y se me vino la imagen de mi mamá. Ahí entendí que si te lo proponés, todo es posible”, cuenta hoy el músico que lleva editados Prisionero de un Amor (2014) y Vuelve Pronto (2020), los dos discos de su carrera. Y mientras prepara el lanzamiento de sus nuevos temas, todos los fines de semana se gana la vida arriba de distintos escenario de Argentina y Sudamérica.

CANTOR DESDE LA CUNA. Hasta que Julián llegó a este mundo, ningún miembro de los Oderiz se dedicaba a la música. Francisco era contratista rural y María del Rosario la peluquera del barrio. Pero el benjamín de la casa, le puso ritmo a la vida. Solo, sin que nadie lo incentivara, a los cinco años comenzó a cantar en la cocina de su casa mientras observaba cómo su mamá amasaba los fideos del domingo. Acompañando el gusto del niño, todos los veranos la familia viajaba a Cosquín para presenciar el Festival Nacional de Folclore. Julián se había aprendido al dedillo Poncho al Viento y La Sole, los dos primeros discos de Soledad Pastorutti. Y cuando cumplió once años, se animó a presentarse como cantante en la peña de la carpa de la yerba Playadito y enamoró al público con su voz.

Cuando volvieron a La Pampa, sus papás le pusieron un profesor de canto y guitarra, dos amores que el chico abrazó con pasión. Al año, ya formaba parte del coro de niños de su ciudad y se animó a participar en los Campeonatos Nacionales e infantiles de Folclore en La Cumbre, provincia de Córdoba. “Salí primero como solista y gracias a eso, nos quedamos con la Copa Challenger, un orgullo que compartimos con toda la ciudad”, rememora.

Su vida como cantante siguió en ascenso. Recorrió distintos escenarios del país y en todos los lugares que actuaba dejaba su huella. Proyectado como una de las “esperanzas del folclore nacional”, consiguió llenar las vitrinas de su casa con decenas de premios. Hasta que 10 días antes de cumplir los 18 años, un camión embistió de costado el auto de su mamá. “El día anterior al accidente, grabé un cd con cuatro temas y se los hice escuchar a mi vieja. No puedo olvidar la emoción que tenía…”. Luego del entierro, el joven artista decidió abandonar la música y se mudó a la provincia de Córdoba para seguir la carrera de Ingeniería Mecánica en la Universidad Tecnológica Nacional. Cursó un año y medio hasta que una noche, en un asado estudiantil, uno de sus compañeros se animó a sacar la guitarra:

“Tocaba y cantaba tan desastroso que me puso de mal humor. Aunque era espantoso, el pibe le ponía actitud y se pensaba que era el Flaco Spinetta. Me acerqué, le pedí la guitarra y cuando terminé de cantar Garganta con Arena, los chicos me ovacionaron y volví a sentirme vivo de nuevo. Al otro día fui al aula, saludé a mis compañeros y les dije: ‘Mucha suerte para todos pero no vengo más: ¡Me voy a ganar la vida como cantante!’”, afirma Julián.

VOLVER A EMPEZAR. Aunque dejó la Universidad,Julián se quedó a vivir en Córdoba en la casa de Diego, uno de sus hermanos, y se puso a trabajar como tarjetero en un boliche. Al poco tiempo ingresó como vendedor en una zapatería, se animó a ser mozo en un bar; cualquier empleo que le sirviera para juntar la plata que necesitaba para vivir, comprarse sus instrumentos, y viajar a distintos festivales para seguir tocando. En las vacaciones de invierno de 2009 Armó la banda Los Pampeanos y consiguió que los contraten de forma permanente en un restó del cerro de las rosas en la ciudad de Córdoba.

Un año después, con decenas de horas arriba de los escenarios, volvió a Cosquín y se produjo el milagro con el que comienza esta nota. “El video que grabé esa noche me sirvió para entrar en todos los festivales del país. En la Plaza Mayor toqué cuatro años seguidos, me di el gusto de presentarme en Las Grutas con Los Palmeras ante 50 mil personas, grabé dos discos de manera profesional, y hace unas semanas me llamaron de la Expo Rural de Palermo para realizar el show principal”, confiesa hoy Julián.

En pareja desde hace ocho años con María Sol, una maestra rural de Villa Valeria –la conoció bailando folclore en la Cumbre cuando los dos tenían doce años-; hoy disfrutan de su hija Martina (7), quien también ama la música y con quien juega a “las batallas de gallos”. Mientras prepara el lanzamiento de los próximos dos temas de su tercer disco y su desembarco en La Ciudad de La Furia, asegura: “Cantar en Buenos Aires, en un teatro de la Calle Corrientes, es tocar el cielo con las manos”.

(Agradecimientos: Chinaa.store y Hotel Imperial Park)

Ph.: Gentileza Enrique García Medina

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